jueves, 17 de julio de 2008

El limbo


Es bien sabido: el Papa supera a todos los creyentes y por mucho. ¡Antiguamente era un simple diácono de Roma; hoy, jefe de todos los obispos, arzobispos, cardenales, patriarcas, jefes de gobierno y de Estado, sean presidentes, reyes o emperadores! Y el Espíritu Santo lo ayuda en el gobierno de la Iglesia, lo impulsa a crear sin interrupción.

Una de las operaciones más brillantes que ejecutó con respecto a lo pasado fue la de enviar a los paganos y judíos que vivieron antes de la Era Cristiana a un reino que él no había creado por sí mismo (como el Purgatorio): el Limbo. En efecto, el Limbo era el único lugar del universo en el que verdaderamente no tenía nada qué decir, pues pertenecía a la jurisdicción natural del diablo. Sin embargo, el poder papal permitió colocarlo al borde (limbus, 'borde', 'canto') del Infierno. Allá envió a esa masa humana, presa de la órbita de su poder. ¡Y, cosa comprensible, allí fue recibida! Aproximadamente treinta años más tarde, el Santo Padre recuperó un cierto número de estas personas para trasladarlas al Cielo. Entre los rescatados estaban, según afirmaciones dignas de fe, Aristóteles, Platón y Sócrates, la reina de Saba, David, Eva y Adán...

Sobre el Limbo, los niños católicos de hace unos años aprendían que es el lugar donde van las almas de los que antes del uso de la razón mueren sin el bautismo. A él van los que mueren con pecado original y sin ningún otro pecado personal. En él no se sufre pena de sentido, porque ésta corresponde a las faltas personales, pero tampoco gozan de la visión de Dios. Se encuentran, sin embargo, en un estado feliz, en un estado que podemos llamar felicidad natural imperfecta, o sea, la que gozarían los hombres, si Dios no los hubiera elevado al orden sobrenatural, y en él conocerán a Dios y gozarán, no como en el Cielo.

En el Catecismo del Papa Wojtyla, el Limbo queda en el limbo, pero permanece el "Seno de Abrahán", adonde bajó Jesús a buscar a los justos para llevarlos al Cielo. En efecto, según el Credo, versión "Símbolo de los Apóstoles", Jesús descendió a los infiernos. "En cuanto a los niños muertos sin bautismo -señala el Catecismo-, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis", nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo (& 1261)”. De estas palabras se puede deducir que la silla de Pedro se está desarticulando. ¡Dejar a los inocentes sin un lugar en qué refugiarse?

Acusados de pecado original, igual están y en manos de la misericordia divina los pecadores firmantes de la famosa lista que solicitaron el constitucional RR.

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Publicado por Talcual, pág. 15, el jueves 14 de abril de 2005

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