jueves, 17 de julio de 2008

El fin del mundo

Cuentan los más ancianos de una tribu arunta, que el divino Numbakula, hace muchas, muchas lunas, creó un antepasado patrón, delimitó el territorio de la tribu y estableció sus instituciones. Del tronco de un árbol gomífero, el divino Numbakula elaboró el poste sagrado. Después de haberlo untado con su sangre, trepó por él y desapareció en el Cielo.

Sin duda alguna, este poste representa un eje alrededor del cual el mundo se hace habitable. Su presencia sacraliza el espacio. Del lugar sagrado así acotado toman los integrantes su fuerza vital y eficacia. El poste sagrado es tienda que los cobija de la intemperie del universo y, también, brújula que los guía en la travesía de su propio desierto. Por esta razón, la tribu observa cuidadosamente la inclinación del poste, que señala la dirección que debe seguir.

El poste sagrado de las naciones "civilizadas" es su Constitución. Bajo sus preceptos y normas, los pueblos modernos regulan su existencia. Las páginas escritas con la sangre de las generaciones fundadoras marcan la dirección, sobre todo en los momentos difíciles, como parece ser el caso de Venezuela.

Es seguro que a algunos nos parezca deficiente la nuestra. Los más se quejan de que impone pocos deberes, pero registra demasiados derechos que no pueden ser satisfechos. Para otros contiene demasiadas cosas que no debía tener. En fin, se anota, con propiedad, que la de los Estados Unidos, siendo mucho más breve y más general, les ha servido durante más de doscientos años, y durante otros tantos les servirá. Pero todo esto no importa, como no importa el tipo de madera de que está hecho el poste sagrado.

La Constitución permite corregir el rumbo que una vez pudimos haber tomado mal. Nuestra realidad, nuestra fuerza y vitalidad están en su entorno y baso su sombra. Anclados en ella, podemos comunicarnos con lo pasado y con lo futuro. En sus peregrinaciones, la tribu arunta de los achilpa transportaba el poste sagrado con temor y reverencia, pues éste les permitía desplazarse continuamente sin dejar de estar en su mundo, al mismo tiempo que en comunicación con el Cielo adonde el divino Numbakula se había ido. A través de él se ponían en contacto con sus antepasados creadores que los protegen. Por eso, si el poste se rompía, sobrevenía la catástrofe; de alguna manera, se asistía a la regresión, al caos, al fin del mundo.

Cuentan Spencer y Guillen (The Arunta, Londres, 1928) que, según un mito, habiéndose roto una vez el poste sagrado, la tribu quedó presa de la desorientación. La angustia, entonces, se apoderó de todos. Por algún tiempo anduvieron errantes. Finalmente, cansados y sin rumbo, se sentaron en el suelo y se dejaron morir. 

¿Qué está por venir si seguimos en el juego del tira y afloja de nuestro poste sagrado, nuestra Carta Magna?

carloshjorge@hotmail.com
Publicado el 5 de mayo de 2004, pág. 13
Publicado nuevamente, con ilustración, el 15 DE JULIO DE 2004, p. 15
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