martes, 15 de julio de 2008

¿Brújula, giroscopio o radar?

Es clásica –ha definido Gadamer- la obra que se conserva en la ruina del tiempo, porque dice algo a cada presente como si se lo dijera a ella misma. Sea así con La muchedumbre solitaria.

D. Riesman et alii, autores de esta obra clásica de la sociología (1949), describen tres tipos ideales de carácter social. Así hablan de los individuos dirigidos por la tradición, de los dirigidos desde adentro y de los individuos dirigidos por los otros.

En el primer tipo de sociedad, es imposible que el individuo sea altamente valorado. Por ello, pocas veces podrá desarrollar sus capacidades, sus iniciativas y sus aspiraciones. Simplemente tiene que cumplir sus funciones dentro del grupo. Se mueve como una brújula que siempre apunta al Norte. Cuando no lo hace, se descompone: sufre vergüenza.

En la sociedad de dirección interior, los individuos se guían por un giroscopio psicológico que les permite mantener un delicado equilibrio entre las fuertes exigencias de sus metas en la vida y los embates del ambiente exterior. Si ese equilibrio no es alcanzado, el individuo siente que es su culpa.

Los individuos de la sociedad dirigida por los otros actúan como un radar, pues todo el tiempo están preocupados, no por el ambiente material, sino por las señales que emite otra gente. Cuando estas señales no pueden ser correctamente interpretadas, la ansiedad difusa los embarga. Esta sociedad es de abundancia, y el manejo del ocio es su mayor problema. No es el caso de Venezuela. Nos restan, entonces, los dos primeros tipos.


Para Platón, como para Aristóteles, la buena sociedad es la compuesta por individuos autosuficientes, encráticos, capaces de convivencia mutua y dispuestos a ponerse al servicio del bien común. Los ciudadanos de una tal sociedad son libres, virtuosos y felices porque saben lo que quieren y porque están suficientemente enseñoreados de sí mismos como para conseguirlo. Pero ¿qué sociedad debemos construir? es la pregunta que conviene formular.


El constructor de sociedades debe sopesar muy bien su propósito y los medios de que dispone para lograrlo. ¿Quiere instaurar en cada conciencia una brújula que busque el bien común en la participación de todos? El fin es noble y tentador. El individuo guiado por la dirección tradicional recibe de la sociedad una serie de pautas de conducta que se le convierten en hábitos reguladores de su vida cotidiana; aunque, en realidad, este individuo no piensa, pues solamente actúa de la manera en que está programado. Es cierto que una tal sociedad es grandemente estable. Pero no hay que entender la estabilidad de la estructura social a lo largo del tiempo histórico -previene Riesman- con la estabilidad psíquica en el lapso vital de un individuo: la segunda puede experimentar un alto grado de violencia y desorganización, pues, en definitiva, el individuo aprende a manejar su vida mediante la adaptación y no por la innovación, que es el mecanismo propio de la dirección interior. 

¿Qué individuo desea formar la nueva ley de educación?

Publicado por TalCual, pág. 17, el jueves 17 de Agosto de 2006
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